Comunicación Educativa
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Revista INTERACCION
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BOURDIEU VS. KANT; ACERCA DEL GUSTO ESTETICO |
Dr. Ángel Rodríguez
Kauth (*)
Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación
"Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional de San Luis, Argentina.
Resulta
sencillo -o fácil- encontrar en los discursos "cultos"
ejemplos sobre la idea de que es el arte, acerca de la descripción
de la emoción artística que surge en la contemplación
o en la creación. En general, tales interpretaciones apuntan a
una lectura para tal actividad -productiva o pasiva- que las interpreta
como algo innato de la persona que se encuentra en tal situación.
Sería el fruto de una sensibilidad no adquirida, sino que debiera
ser el resultado de una extraña y esotérica combinación
genetista familiar, que daría por conclusión una suerte
de "... cielo anterior donde florece la belleza", como lo describiera
bellamente Mallarmé, aunque sin profundidad sociológica
alguna. Es preciso aclarar, antes de continuar con el tema central, que
el vocablo culto -al que hacía referencia al principio de la nota-,
etimológicamente significa cuidadoso, cultivado, conocedor, sabedor,
docto, etc. El mismo se encuentra íntimamente relacionado con el
concepto de "culto religioso", que es otro de los sinónimos
con la misma raíz etimológica. Lo cual, ya desde la lingüística,
está advirtiendo que para ser una persona "culta", es
necesario no solamente tener ilustración, sino que también
es preciso respetar, del mismo modo que en los espacios religiosos de
la fe, los cánones impuestos por aquellos que tienen la potestad
de regular qué es lo que es culto, qué es la belleza, y
qué es todo aquello que no entra dentro de dicho acápite.
Es interesante destacar la frecuencia con que se hace la distinción
entre el placer estético desinteresado de los "exquisitos"
miembros de la clase dominante y el placer meramente sensual con que gozan
los miembros de las clases dominadas -los desposeídos-, diferenciación
que se encuentra tanto en los discursos llamados "cultos", como
en los discursos espontáneos de expresión de la actualidad
-cualquiera esta sea- como dos formas -antinómicas entre sí-
de interpretar la experiencia estética. Esta es una distinción
típicamente kantiana (Kant, 1790) y ha llevado al actualísimo
sociólogo francés P. Bourdieu a sostener que la teoría
estética de aquel notable pensador alemán representa la
expresión más acabadamente posible en que se puede testimoniar
el punto de vista de la burguesía de cómo se entiende la
expresión artística y la contemplación artística.
Es decir, para Bourdieu (1979), se trata del enfoque estético dominante
en el lugar donde la que hegemoniza el pensamiento y la acción
política dominante de la burguesía, o sus serviles representantes.
Asimismo, sostiene Bourdieu que la fuerza actual y la vigencia del texto
kantiano se debe a la conformidad pasiva con que se testimonia una posición
de clase dominante.
Para el análisis del texto kantiano, Bourdieu parte de la consideración
de que la estética burguesa supone -necesariamente- una serie de
presupuestos estéticos implícitos; los que van desde la
exigencia de una mirada desinteresada (primacía de la forma sobre
lo que el artista ha querido expresar), hasta la negación de lo
sensual e, incluso, de las consideraciones éticas sobre la obra
de arte. Para Kant, el interés y la participación de la
razón define lo "bueno" (Russell, 1954), en tanto que
lo bello es solamente fruto de una sensibilidad desinteresada de lo material,
que exige ser considerada como tal.
Al respecto, debe tenerse en cuenta que el prejuicioso concepto que se
tiene acerca del artista como un individuo "inspirado", por
consiguiente diferente al resto de los mortales, encontró su apogeo
en el movimiento romántico, el cual nació haciendo pie en
una burguesía triunfante en el siglo XVII y con altísima
vigencia durante gran parte del siglo posterior. Sin embargo, pese a las
profundas transformaciones sociales y políticas que se han venido
sucedido en el mundo, la contemporaneidad continúa siendo tributaria
de aquella particular concepción estética. Lo curioso es
que el sustrato ideológico de aquella concepción, raramente
ha sido cuestionado o puesto en tela de juicio. Al respecto, el propio
Bourdieu (1979), sostiene que "... la negación del goce inferior,
grosero, vulgar, venal, sensible, en una palabra natural, que constituye
lo sagrado cultural como tal, encierra la afirmación de la superioridad
de los que saben satisfacerse con los placeres sublimados, desinteresados,
gratuitos, distinguidos, para siempre prohibidos a los simples profanos".
De esta manera, la particular estética de la clase dominante se
define por oposición a lo fácil, vulgar y popular, funcionando
como una verdadera distinción social que no llega a decir su nombre
en voz alta, el mismo se mantiene reservado solamente para los "iniciados".
Esto es lo que permite considerar a la sensibilidad estética como
algo "natural", innato, nunca como fruto de un aprendizaje sostenido.
Esto no quiere decir que se ignore el largo y tedioso tiempo que le llevó
a un -por ejemplo- genio como Picasso aprender y dominar las técnicas
del dibujo, del grabado, etc. Se supone que él era un "inspirado",
pero para poder dar lugar a aquella inspiración innata, debía
cumplimentar algunas "obligaciones" de tipo escolar, de manera
que la obra final que se presentase al público espectador tuviese
un acabado perfecto. Estos aprendizajes eran -y son- meras cuestiones
tecnológicas y se diferencian de las que realizan los ubicuos aprendices
de las artes -cualquiera estas sean- en cuanto a que no tienen necesariamente
que estar sometidas al "saber" académico, sino que son
pura intuición, capacidad innata -natural- para la creación
genial. Más aún, estos individuos -creadores geniales- pueden
darse el lujo de romper con los cánones vigentes en materia estética
y hasta desplazarlos y reemplazarlos del centro atencional.
Y en este punto se encuentra nuevamente la división entre natura
y socios, es decir, entre naturaleza y cultura. Pareciera que la "naturaleza"
de quienes están arriba en la escala de estratificación
social es mejor -estaría mejor dotada- que la "naturaleza"
de los que se ubican por abajo. Estos juicios son sumamente peligrosos,
ya que cuando se "naturalizan" los hechos sociales -como lo
es el arte-, inmediatamente aparece la discriminación negativa
(Rodriguez Kauth, 1998), es decir, la discriminación que no se
hace teniendo en cuenta criterios ético-morales, sino que se basa
en cuestiones de diferenciación ideológica o, lo que es
peor, tan superficiales como puede serlo el color de la piel. Y esto es
lo que ocurre con harto frecuencia en el espacio de lo que estudia la
sociología del arte, aparecen los que tienen el "gusto bueno"
y los que tienen "mal gusto", siendo éstos últimos
quienes cumplen con el papel de los desheredados, o el de los condenados
por la marginación social (Fanon, 1970), o por la globalizada exclusión
cultural.
Quizás, se pueda entender mejor la carga de diferenciación
-o de distinción- social que lleva implícita la estética
dominante (1),
si se comprende que la misma se ha elaborado -en buena medida- por oposición
a la estética popular, o a lo que se ha llamado "arte popular".
Se trataría así, de un "gusto negativo", afirmado
frente a las "bajas" inclinaciones populares
(2) más que a un gusto
en sí y por sí, con independencia de las otras preferencias
estéticas existentes.
En este punto nuevamente Bourdieu encuentra en la obra de Kant la afirmación
explícita de los valores estéticos implícitos en
la concepción burguesa de la estética. Muy imbuido en la
tradición platónica, según él, Kant se esfuerza
por distinguir lo que gusta de lo que produce placer, el gusto puro confrontando
al placer popular de los sentidos para llegar a las famosas definiciones
kantianas de los conceptos emparentados con la estética:
a) Gusto es la facultad de juzgar un objeto, o una representación,
mediante una satisfacción o una demostración de insatisfacción,
con independencia de interés alguno;
b) Bello es lo que, sin concepto, place universalmente, y;
c) Belleza es la forma de la finalidad de un objeto, independientemente
de su fin (esto se da de patadas con lo que hoy se conoce como el "arte
comprometido").
Señala Bourdieu que los sectores populares se manejan con una concepualización
estética antikantiana, aunque sería más justo y preciso
sociológicamente afirmar que era Kant quien se manejaba con un
criterio estético antipopular. En la estética popular, lo
bello es -frecuentemente- lo que también es útil
(3), aquello que cumple una función
utilitaria: se trataría -entonces- de una estética funcional
que, negando la finalidad sin fin más allá que el objeto
intrínseco, tiene sus propias exigencias. En primer lugar, la accesibilidad
y funcionalidad de la obra de arte sometiendo la forma al fondo y luego
exigiendo un significado explícito en el significante.
Para ilustrar esto, en 1970, Bourdieu, observa empíricamente que
si se le ofrece una serie de fotografías a personas del proletariado,
los juicios se forman en relación al uso que se les pueden destinar,
que prefieren la imagen de una cosa bella a una bella imagen y, en última
instancia, que echan mano al dato sensible del color ("en color,
siempre es más bonito", "quizás, si estuviese
en color...", fueron algunas de las respuestas obtenidas). Sobre
estas pruebas de tipo psicológico, es preciso recordar que, para
Kant, el color es siempre menos "puro" que la forma, es decir,
un rechazo de la sensibilidad primaria del color que -en la actualidad-
sería fácil encontrar en la preferencia de los intelectuales
y sabihondos por las fotografías y el cine en blanco y negro. A
lo sumo, se aceptan algunos tonos sepias, pero es inaceptable que una
película en blanco y negra sea pasada -con las modernas tecnologías-
a imágenes de color, como fue el caso tan criticado de la célebre
película Casablanca (Rodriguez Kauth, 1994) protagonizado por los
sempiternos H. Bogart e I. Bergman.
Asimismo, los juicios estéticos llevan, según Bourdieu de
manera explícita en los sectores populares de la vida social, una
carga ética, ya que los sistemas axiológicos en función
de los que se juzga son precisamente morales: "Todo ocurre en efecto
como sí la `estética popular' (entre comillas, para subrayar
que se trata de una estética en sí y no para sí)
se apoyase en la afirmación de la continuidad del arte y de la
vida, que implica la subordinación de la forma a la función
[...] En el polo opuesto al desprendimiento, al desinterés que
la teoría estética tiene como única forma de reconocer
la obra de arte en lo que es, es decir, autónoma, la `estética'
popular ignora o aleja el rechazo de la adhesión `fácil'
y de los sentimientos vulgares" (1979). En síntesis, para
Bourdieu, la estética popular se constituye como tal en la medida
en que también se articula con un sistema de valores, de ideas
y de creencias.
Es preciso recordar que circula en el lenguaje cotidiano, un viejo refrán
que dice que "en gustos no hay nada escrito". Lo cual es un
soberano disparate del saber popular. Sobre gustos posiblemente hay escritos
más textos que sobre cualquier otra materia: arte, cocina, modas,
literatura, etc., son ejemplos más que elocuentes de lo que vengo
de afirmar y que surgen de mi experiencia como vendedor ambulante de libros
durante la última dictadura militar que asoló a la Argentina
entre 1976 y 1983. Uno de los rubros que más vendí era el
de libros de cocina, al cual le seguían los libros sobre artes
plásticas, literario y musical. Esto viene a cuento para no caer
en la trampa tendida por oficiosos agentes del "populismo" demagógico,
de que todo lo que se construye desde el quehacer popular es -necesariamente-
desde el punto de vista estético, pasible de ser considerado como
bello o certero. Es preciso advertir que no todo lo que provenga de los
sectores populares ha de ser -en si mismo- acertado por el solo hecho
de su origen. En todo caso, podrá y deberá ser respetado
como una forma de expresión de algún sector popular, pero
no por ello puede, o debe, ser incluido en el catálogo de lo artístico
o en el de lo útil o provechoso.
Cuando coexisten dos o más sistemas de valores en un espacio social,
habrá uno de ellos que, necesariamente, ha de ser el que representa
los intereses de aquel sector que hegemoniza los discursos en relación
a su poderío económico, el que se imponga como el representante
del "buen gusto", en tanto que el, o los otros sistemas de valores,
no solamente constituyen un gusto distinto, sino que lo habitual es que
se los anatematice como de "mal gusto". De esta forma, la sensibilidad
artística que se atribuye el sector dominante termina por producir
lo que se conoce como el proceso de dominación social y cultural
de las minorías poderosas que detentan los símbolos de tal
poder, sobre las mayorías impotentes que se conforman y someten
a tal presión (Martín-Baró, 1987) bajo los efectos
del síndrome "fatalista". Este fenómeno de la
relación arte-dominación, que se expresa mejor cuando es
presentado bajo los términos antitéticos de cultura-dominación
-o dominación de la cultura a partir de una expresión hegemónica
de la misma-, ya fue visto -entre muchos otros- por Proudhon (1846); personaje
al cual se le considera no solamente como un libertario de fuste, sino
que también es tenido por uno de los padres fundadores de la sociología
francesa contemporánea.
Sin embargo, esta particular forma de expresarse la dominación
cultural, no tiene fundamento "natural" alguno. El gusto de
tipo exquisito -o la falta de "buen" gusto- por la producción
o la contemplación de la obra artística, según los
estudios de la sicología actual (Arnheim, 1975), están profundamente
relacionados con el contexto en que se produce la crianza y educación
formal de los individuos en sus etapas de desarrollo infantil. Desde la
sociología del consumo esto es fácilmente explicable, ya
que los padres -o los tutores antiguamente- influyen de manera directa,
con o sin intención consciente, en los gustos y preferencias futuros
de los jóvenes y adultos.
Asimismo, ya Veblen -hace más de un siglo (1899)- advirtió
acerca del consumo diferencial en sectores de la población, según
sea el estrato social de pertenencia y referencia (Merton, 1964) de los
consumidores. De tal forma, quienes pertenecen a las capas más
altas de la estratificación social, adquirirán objetos artísticos
simbólicos que reflejen su condición de tales, para lo cual
no dudarán en comprar originales o reproducciones de alta calidad
de eminentes y cotizados maestros de la plástica universal; en
tanto que los miembros de los sectores más desprotegidos, utilizan
como adorno -o estética- de las paredes de cartón de sus
humildes viviendas, fotografías de jugadores de fútbol y,
en algún caso, alguna otra que refleje una escena familiar o una
lámina de algún producto comercial. A su vez, los sectores
medios (4) tienden
a moverse con símbolos pictóricos o escultóricos
que reflejen una posición de clase superior a la de pertenencia.
En definitiva, en términos artísticos no se consume lo que
se necesita, sino que lo que se necesita es lo que la condición
de clase social dicta que es necesario recurrir.
Para concluir, es preciso expresar que la lucha en el consumo simbólico,
reproduce en ese nivel, lo que son las luchas en otros ámbitos,
más específicamente, los políticos y económicos.
El gusto y las preferencias estéticas, no son otra cosa que el
reflejo -en el campo de lo artístico- de una lucha generalmente
sorda, aunque en variadas oportunidades hasta cruel, entre quienes disponen
de los instrumentos de poderío y entre aquellos que deben someterse
a tales instrumentos,
BIBLIOGRAFIA:
ARNHEIM, R.: Arte y percepción social.
Alianza Editorial, Madrid, 1975.
BOURDIEU, P.: (1970) La fotografía, un arte intermedio. Ed. Nueva
Imagen, México, 1979
BOURDIEU, P.: (1979) La distinción. Ed. Taurus, Madrid, 1991.
BOURDIEU, P.: (1980) El sentido práctico. Ed. Taurus, Madrid, 1991.
BOURDIEU, P.: (1992) Las reglas del arte. Ed. Anagrama, Barcelona, 1995.
FANON, F.: Los Condenados de la Tierra. Ed. Nova Terra, Bs. Aires, 1970.
INGENIEROS, J.: (1913) El hombre mediocre. Ediciones Mar Océano,
Buenos Aires, Volumen 7, Obras Completas, 1962.
KANT, I.: (1790) Crítica del juicio. Ed. Porrua, México,
1978.
MARTIN-BARO, I.: "El latino indolente". En M. Montero, 1987.
MONTERO, M. y otros: Psicología política latinoamericana.
Ed. Panapo, Caracas, 1987.
MERTON, R. K.: Teoría y estructuras sociales. Ed. Fondo de Cultura
Económica, México, 1964.
PROUDHON, P. J.: (1846) Sistemas de las contradicciones económicas
o filosofía de la miseria. Ed. Americalee, Bs. Aires, 1945.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: Lecturas psicopolíticas de la realidad nacional
desde la izquierda. Centro Editor de América Latina, Bs. Aires,
1994.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: Temas y lecturas de psicología política.
Editores de América Latina (Bs. Aires), 1998.
RUSSELL, B.: (1954) Sociedad humana: ética y política. Ed.
Altaya, Madrid, 1998.
VEBLEN, T.: (1899) Teoría de la clase ociosa. Fondo de Cultura
Económica, México, 1964.
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