Miguel 7NJ Ariza caminaba sin mayor
afán hacia la estación del Trans que lo llevaría
finalmente a su casa. A su espalda brillaba la publicidad de vivos
colores que se proyectaba sobre las fachadas de los edificios, iluminando
las calles sin alumbrado. Había pasado los últimos
trece días en el Viejo Bogotá y ya era hora de volver
a su distrito, Zipaquirá -3. Sólo había logrado
cambiarse de ropa una vez en el tiempo que llevaba ahí su
cara mostraba ya una barba sucia y descuidada.
Descendió a la estación
Corferias y atravesó el umbral láser que, al leer
el código de barras tatuado en su cuello, descontó
14 créditos de su cuenta, el precio del pasaje. Nunca había
tenido el dinero para instalarse el chip bajo la piel y por eso
debía llevar esa marca como prueba de su pobreza. Se subió
en un vagón desocupado y en 15 minutos estuvo en la estación
Minas de Sal. Ahí tomó otro vagón que descendió
rápidamente desde la superficie hasta el nivel -3, a 250
metros bajo tierra.
Al abrir la puerta una gran nube
de polvo salió despedida del interior de su apartamento,
que en realidad constaba únicamente de una habitación
con una pequeña cocineta y un baño aislado por una
cortina plástica. Los tubos de neón blanco tardaron
un buen rato en encenderse. Miguel sacó de un pequeño
gabinete en la pared una botella plástica en la que se leía
“Substitutos Sintéticos: Aguardiente”. Se sentó en
calzoncillos y franela frente al televisor y se sirvió un
vaso hasta el borde.
Descargó el programa correspondiente
a las noticias del día y dio un gran sorbo a su bebida. Según
la presentadora, la tormenta se acercaba cada vez más, en
una o máximo dos semanas estaría ya allí. A
todos aquellos que no habían logrado entrar en estado de
hibernación se les vaticinaba un máximo de 5 meses
de vida a causa de los extremos cambios de temperatura. Esta era
la razón por la que Miguel había ido al Viejo Bogotá,
buscando dinero para costearse un cubículo en algún
centro de hibernación. Sin embargo, la metrópolis
se encontraba ya desierta y no había tenido suerte.
Tendría que resignarse a morir
junto a miles que tampoco habían conseguido el dinero. Encerrados
en sus cuartos, saliendo ocasionalmente a la superficie en busca
de algo que comer y esperando a que el frío, o el calor,
los matara eventualmente. Pero él no se sentaría a
esperar.
¿ Cuál era la diferencia entre morir hoy o en cinco
meses? Nunca llegaría a tener más de 30. No había
una sola razón para seguir viviendo.
En ese momento el timbré sonó.
Era Ana, una joven que vivía en el mismo complejo, dos pisos
más abajo. No se conocían muy bien, habían
hablado solo un par de veces. No era muy linda, pero había
algo en ella que le atraía. Era claro que ella tampoco había
logrado hibernar.
- Hola.
- Qué hay.
- ¿ Puedo pasar?
- Claro.
Tal vez si había una razón.
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