Es
muy difícil hablar de la situación del país
sin caer en extremos, que pueden ser de derecha o de izquierda,
pesimistas, del nada vale y esto es una m..... o conciliadores,
sin ninguna actitud crítica. Y en el terreno de la violencia,
todo el mundo tiene una opinión polarizada y nunca, o muy
rara vez, se considera que hayamos desarrollado cultura violenta.
Quiero ilustrar este ensayo con ejemplos
de la cotidianidad, pues la mayoría de las veces lo que tenemos
más cerca es lo que menos vemos. El colombiano es violento,
como lo puede ser cualquier otro ciudadano de otra nación,
pero existe una diferencia entre el primero y los otros. El colombiano
pasa a la acción. Me explico: si en un insulto se le dice
al otro "váyase al diablo", el colombiano literalmente lo
manda al diablo dándole un puño. No es suficiente
el insulto, la descarga de una tensión con las palabras.
Para el colombiano es irresistible la necesidad de volver lo dicho
una realidad.
Es común que en muchos momentos
de un día ordinario nos asalte el deseo de que fulanito desaparezca,
de que ojalá le pasara algo grave y ¡qué alivio
sería no volverlo a ver jamás! Podemos pensar eso,
y si ese sujeto nos da el lado, podemos decirle algo verdaderamente
agrio y ofensivo. Éste no es el problema, la corriente de
hostilidad está allí, como lo está la del afecto
y la empatía.
Si partimos de lo anterior, sin estigmatizar
los "malos pensamientos" que nos acompañan, se podría
decir que en Colombia se está perdiendo el humor y la capacidad
de imaginar, y el lenguaje cada vez tiene menos potencia significativa.
El colombiano ejecuta lo que debía quedar en un deseo, un
pensamiento o una palabra.
El lenguaje es fundamental para zanjar
diferencias, para llegar a acuerdos y, también, para expresar
la animadversión. Permite poner en palabras sentimientos
que necesitan expresarse, pero ni por desear que alguien se caiga
y se quiebre los huesos se le va a poner la Zancadilla. Es en este
momento en que el lenguaje aparece con la palabra justa, una zancadilla
mental.
La situación descrita, que
refleja una precaria imaginación, se puede ver en todas las
capas de la población, en los diferentes estratos económicos
y niveles de educación. Son generalizados la hostilidad real
y el deseo concreto de eliminar al otro.
En todos los países hay violencia
al interior de la sociedad. Existe una molestia frete a ese EXTRAÑO
inmiscuido en los asuntos personales, bien sea el que atiende en
el supermercado, el que estacionó el carro junto al mío,
el vecino que hace bulla, el conductor que viola un semáforo...
pero en las otras sociedades hay mayores barreras que impiden que
se llegue a la agresión física.
Hay otro elemento de análisis
que quiero abordar. En Colombia no necesariamente debe suceder algo.
La gente vive con rabia. Las caras no son amables. Un individuo
ante el volante es un cúmulo de frustraciones y malestares.
El empleado bancario, el oficinista, el chofer de bus... son los
rostros de la intolerancia. La cultura violenta inunda las calles
de las ciudades y la explosión de la agresividad se da en
cualquier pequeño roce.
Si se le presta atención a
las letras de las canciones de los enamorados despechados, uno se
queda atónito ante la carga de odio que expresan y la forma
como un amante herido amenaza a su enamorado o enamorada por una
"traición". Se ofrecen verdaderos suplicios y se ejecutan
verdaderas carnicerías. Estas letras son de una violencia
profunda.
Y si se analiza la forma en que se
ejecutan los asesinatos de los llamados "ajustes de cuentas", se
observa que no es suficiente con matar al sujeto, sino que hay que
torturarlo y satisfacer esa necesidad de vengarse, que no se sacia
sólo con la muerte. Todos conocemos, además, la brutalidad
y la sevicia que caracterizó la "época de violencia".
Me llama la atención que un
país tan violento como Colombia sea tan religioso. La religión
es cerrada y se mueve en dos terrenos : Los creyentes y los impíos,
que se deben convertir para que todos sean iguales. Es posible que
esto incida en la cultura violenta de los compatriotas. Que esa
imposibilidad de aceptar que alguien no crea en un Dios esté
alimentando la base del rechazo al que es distinto y la necesidad
de "borrarlo" de la faz de la tierra, que se asimilaría a
la conversión.
Quiero hacer una diferenciación
de la violencia cuando es producto de una circunstancia particular.
Me refiero a aquella que se crea en las capas de la población
desconocidas y abandonadas por el Estado. Para ellas, el resentimiento
es una manera de protegerse y de tener un lugar. Considero que hace
parte de la cultura violenta la política de los dirigentes
que desprecian a la población marginal y permiten que vivan
en condiciones lamentables.
Si se quiere cambiar el rostro del
país hay que crear una cultura del humor y de la imaginación.
No vamos a cambiar la situación de violencia porque nos volvamos
"tolerantes" , eso es un sueño poco deseable. Tenemos que
partir de reconocer la gran dificultad que representa la convivencia
en las ciudades y en los pueblos. No se puede pretender eliminar
la rabia.
Pero si se pasa al terreno de lo lúdico,
del arte como expresión de la imaginación y la posibilidad
de expresar otras cosas, se podría generar un cambio.
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