La
decisión de la ONU de declarar el año 2001 como año
internacional del diálogo entre las civilizaciones es parte
de las estrategias para convencer a la humanidad que sólo
mediante el entendimiento entre las naciones es posible construir
el progreso.
El nuevo siglo y milenio ha sido recibido
con una gran expectativa por la connotación de progreso en
ciencia y tecnología que se le ha impreso. Era del conocimiento,
de la información, sociedad inteligente, son los atributos
con los que se suele denominar esta nueva época.
Es indudable que la globalización
ha ampliado las oportunidades de progreso, pero ha acentuado las
exigencias de calidad y competitividad. América Latina y
el Caribe la están enfrentando con el apoyo de sus logros,
pero portando una realidad de pobreza, exclusión social y
los mayores niveles de desigualdad en el mundo. El último
informe económico (2001) sobre el aumento de la pobreza en
el continente es alarmante: 40% de latinoamericanos viven en absoluta
pobreza. El caso de Colombia en este contexto, es más dramático
por su conflicto armado interno, el volumen de desplazamiento y
más del 20% de desempleo.
En lo que respecta a las tecnologías
de la información y la comunicación, los analistas
se dividen entre los que se asocian a escenarios optimistas donde
el mayor acceso a esas tecnologías conducirán a una
mayor civilización y progreso, y los que ven en esas nuevas
tendencias una reafirmación de la dinámica de inequidad
y exclusión social.
Por
estas circunstancias, referirse hoy a la globalización de
la economía, hace necesaria la referencia a la globalización
de la solidaridad, de la colaboración, de la cooperación
y del diálogo entre los pueblos. Un diálogo solidario
va más allá del intercambio de información
y posiciones, supone esfuerzo por la concreción de una ayuda
real y complementación mutuas, la reafirmación de
un apoyo en las situaciones coyunturales y de crisis. Desafortunadamente,
las guerras que se siguen librando en varias latitudes del planeta
obedecen, en su gran parte, a la intolerancia, a luchas étnicas
ancestrales, a litigios territoriales milenarios, a la incapacidad
para el perdón y la aceptación de la igualdad en la
diferencia, a la ambición desmedida por el poder para dominar
y humillar. A la luz de los nuevos desafíos que la humanidad
como totalidad debe enfrentar, estos hechos se tornan arcaicos ,
como índices de involución, de no civilización,
de retroceso.
Los desafíos son enormes: por
una parte, se trata de saber cómo aprovechar los beneficios
del conocimiento, de la ciencia y la tecnología y sus efectos
sobre el desarrollo, y de otra, repensar los grandes temas de la
libertad, la democracia, la participación de los ciudadanos,
el desarrollo, la civilización. Frente a estos desafíos
los teóricos, las comunidades científicas y culturales
tratan de aprovechar las oportunidades que brinda la naciente sociedad
de la información y proponen nuevas formas de diálogo
y nuevas estrategias centradas en el ser humano.
La
movilización de la sociedad civil mundial supone una verdadera
ruptura en la imagen tradicional del ciberespacio. Las redes telemáticas
no representan ya una nueva tecnología, sino un replanteamiento
en profundidad de las relaciones entre los ciudadanos del mundo
(UNESCO, 1999:281).
Los países en desarrollo requieren
de políticas que les permitan reducir las diferencias de
conocimientos que los separan de los países ricos. Pero la
globalización del comercio está intensificando la
competencia y agrava el peligro de que los países y comunidades
más pobres retrocedan todavía con más rapidez
que en el pasado (Banco Mundial, 1992:2).
De allí deriva la imperiosa
necesidad de que ese diálogo entre las naciones se haga bajo
un nuevo paradigma, el propuesto por las ciencias de la complejidad,
o sea, la visión de interdependencia entre todos los seres
humanos y los seres animados e inanimados que pueblan el universo;
la necesidad que todos tenemos de todos. La búsqueda de un
equilibrio planetario deja por fuera los etnocentrismos y egocentrismos
generadores de xenofobias, racismos y asimetrías sociales.
La complejidad es de hecho, la unión
entre la unidad y la multiplicidad, como elementos inseparables
y diferentes que constituyen un todo. (Morin,2000:31)
Las unidades complejas, como la sociedad,
las naciones son multidimensionales. La sociedad comporta dimensiones
históricas, económicas, sociológicas, culturales,
religiosas, etc, y el diálogo entre esas unidades debe hacerse
desde esa concepción de complejidad.
Este mundo complejo humano incluye
en su centro nuestro mundo interior de pensamiento abstracto, conceptos,
símbolos, representaciones mentales y autoconsciencia. Ser
humano es estar dotado de conciencia reflexiva (Capra, 1999:299).
La riqueza cultural de las naciones nos hace diferentes en la unidad
de la civilización humana.
Fritjof Capra va más allá
al referirse a la ecología profunda:
“La
ecología profunda no separa a los humanos, ni a ninguna otra
cosa, del entorno natural. Ve el mundo, no como una colección
de objetos aislados, sino como una red de fenómenos fundamentales
interconectados e interdependientes. La ecología profunda
reconoce el valor intrínseco de todos los seres vivos y ve
a los humanos como una mera hebra de la trama de la vida” (Capra,1999:229).
Esta consideración traslada
al planeta tierra en el cosmo , ha conducido a los astronautas que
han observado la tierra suspendida en el espacio, a expresar su
apreciación como un punto pequeño, frágil y
vulnerable en la inmensidad de lo todavía desconocido del
universo.
Edgar Morin nos invita a que tomemos
por patria, la tierra, y nos dice que asumir la ciudadanía
terrestre es asumir nuestra comunidad de destino (Morin,1999:213).
Bajo esta perspectiva, la interconexión de las civilizaciones
se hace urgente e imperiosa, formando una gran red solidaria para
ordenar el planeta, por cuanto la vida de todas los seres está
ligada a su vida.
Hoy las migraciones y mestizajes son
productores de nuevas sociedades poliétnicas y policulturales
que parecen anunciar la patria común para todos los humanos.
Históricamente, la revolución
planetaria ha relativizado el valor de las grandes civilizaciones
en cada uno de los continentes, haciendo surgir la idea de humanidad,
como especie de ser colectivo que aspira a realizarse reuniendo
sus fragmentos separados.
John Briggs nos dice que en los mitos
antiguos a lo largo de la historia, el caos es el centro de la creación
del universo, y que si prestamos atención a la sutileza,
nos abrimos a dimensiones creativas que vuelven más profundas
y armoniosas nuestras vidas (Briggs, 1999:13).
La teoría del caos nos enseña
que siempre somos parte del problema y que las tensiones particulares
y las dislocaciones siempre se desarrollan a partir de todo el sistema,
nunca de una parte defectuosa. Es la enseñanza para el diálogo
entre las naciones, entre las civilizaciones; estamos interrelacionados
como un gran sistema y debemos ser sensibles a las afecciones de
cualquiera de las partes o dimensiones sociales, económicas,
políticas, culturales, ecológicas de un pueblo o nación.
La movilización mundial no debe quedar reducida a la solidaria
ayuda en las calamidades naturales. Es preciso ir más allá
en el tejido colectivo de la civilización humana, siendo
conscientes que el subdesarrollo de los desarrollados está
cifrado en aspectos en los que los subdesarrollados tienen mucho
que enseñar de su riqueza cultural ancestral y proyectada
al futuro inmediato.
BIBLIOGRAFÍA:
Banco Mundial,1998. El conocimiento
al servicio del desarrollo, Madrid, Ediciones Mupli Prensa.
Briggs, John y otro,
1999. Las siete leyes del caos, Barcelona, Grijalbo.
Capra, Fritjof, 1999.
La trama de la vida, Barcelona, Editorial Anagrama.
Morin, Edgar, 1999.
Tierra patria. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión.
2000. Los siete saberes necesarios para la educación del
futuro.
Bogotá, UNESCO, Ministerio de Educación Nacional
UNESCO, 1999. Informe
mundial sobre la comunicación. Madrid.
White, Leslie, 1982.
La ciencia de la cultura. Barcelona, Ediciones Paidós.
E-mail: cedal@colnodo.apc.org
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