El
mes de septiembre del 2001 será recordado como el inicio de la cruzada
internacional contra los fantasmas de la pobreza. Estados Unidos y sus aliados
quieren hacer creer al mundo que la guerra es contra el terror, pero para nadie
es un misterio que no se puede combatir un concepto abstracto con bombas y sanciones
económicas. Lo cierto es que una vez más los poderosos del mundo
optan por atacar los efectos del problema de la pobreza en vez de afrontar sus
causas.
Pocas cosas
logran reactivar la economía de una nación poderosa como la guerra.
Claro está, hay que ganarla. La última vez que Estados Unidos entró
en recesión económica, el mundo presenció como se desataba
la guerra del Golfo Pérsico. Esta guerra tenía como supuesto objetivo
derrocar a Saddam Hussein, dictador militar de Iraq y responsable de la invasión
a Kuwait. No obstante, el verdadero significado de la guerra era otro: control
sobre el petróleo. Luego de medio mes de combates terrestres, los iraquíes
se rindieron y Estados Unidos proclamó a los cuatro vientos su victoria.
Una década
después la región de Iraq vuelve a ser el centro de atracción
mundial. Aunque las razones del conflicto actual parecen ser distintas, está
cantado que el tema económico jugará un papel vital. Los terroristas
destruyeron el símbolo máximo del capitalismo, las torres gemelas,
y con esto intentaron mandar un mensaje inequívoco. No todos están
dispuestos a tolerar el expansionismo económico de Estados Unidos y sus
aliados, así se intente esconderlo tras la fachada "benévola"
de la globalización.
Uno de los
factores claves en el desarrollo de esta nueva guerra es la distribución
de la riqueza mundial. Hay una gran dosis de cinismo en la forma que algunos han
catalogado el enfrentamiento. Shimon Pérez, viceprimer ministro de Israel,
ha dicho que la guerra será de los pobres resentidos aferrados al pasado
contra los avanzados y tecnológicos líderes del nuevo orden mundial.
Puede que el señor Pérez tenga razón en que el mundo se divide
entre ricos y pobres, pero se le olvida también que son más los
pobres. Así mismo, debería aceptar que para él no existe
la opción de ayudar a esas naciones.
El
comienzo de la arremetida contra Afganistán indica un giro definitivo en
el orden internacional. La OTAN encontró la necesidad de aceptar antiguos
enemigos como Rusia en sus filas, claro indicio de que mantener los bandos de
la Guerra Fría ya no tiene sentido. Mientras tanto, el mundo, islámico
se ve forzado a tomar la difícil decisión de obedecer la indignación
de su pueblo y emprender la batalla contra occidente, o acatar las órdenes
de Estados Unidos y Europa. Lo claro es que poco a poco se irán configurando
los bandos, pues toda nación del mundo tendrá que hacer evidente
su inclinación política.
En esta
guerra no habrá ganadores. Puede que los terroristas le roben indefinidamente
la tranquilidad al pueblo estadounidense y europeo, y puede que los aliados del
norte destruyan la infraestructura de todo gobierno que proteja a dichos terroristas.
En todo caso, ninguno ganará. Las naciones poderosas han desperdiciado
la oportunidad de combatir los verdaderos males del mundo: la pobreza, la enfermedad,
la alienación. ¿Cuánto bien se podría lograr si cada millón
gastado en explosivos se remplazara por un millón gastado en bienestar
social? ¿ No sería ésta una genuina forma de combatir el terror?