Hoy
más que nunca, el ambiente de guerra, violencia e intolerancia que vive
el mundo y particularmente nuestro país, nos debe hacer reflexionar sobre
la necesidad de favorecer los procesos de socialización de nuestras niñas
y niños desde etapas muy tempranas de la vida, basados en la reciprocidad
en el afecto, en la confianza y la tolerancia, garantes de relaciones más
equitativas entre hombres y mujeres. Esto es lo que se llama educar en la paz.
Una de las
necesidades más importantes del ser humano es la de sentir que hace parte
de un grupo, de una familia, de una sociedad. La manera como los adultos podemos
favorecer los procesos de socialización de la infancia debe tener como
eje fundamental el vínculo afectivo a fin de que sea éste el que
guíe las normas y pautas de crianza.
Actualmente
se habla de la crianza con sintonía, que significa que madres y padres
den a entender a sus hijos e hijas que sus mensajes son recibidos, comprendidos
y respondidos con afecto. De este modo los pequeñitos van adquiriendo la
certeza que sus emociones son percibidas y respondidas con reciprocidad.
Podríamos
decir que dicha reciprocidad comienza aún desde antes de nacer cuando madres
y padres envían mensajes sonoros, visuales y táctiles a sus bebés
en el vientre materno, provocando en ellos reacciones de bienestar dadas por movimientos,
chupeteo de los dedos y aún sonrisas.
El vínculo
afectivo que así se crea debería, idealmente, tener una continuidad
temporoespacial y ser reforzado a través de cada etapa de la vida. De allí
la conveniencia de favorecer el parto en familia, es decir, el parto en compañía
del padre o de una persona afectivamente significativa para la madre y, algo muy
importante, la colocación inmediata del recién nacido sobre el vientre
de la mamá, aun sin ligar el cordón umbilical, favoreciendo así
el contacto piel a piel, la transición y adaptación armoniosa de
la vida fetal a la extrauterina y el reencuentro alegre y amoroso entre el nuevo
ser y su familia después de tantos meses de espera e ilusiones. Este es
un momento único e irrepetible en la vida del ser humano y además
un derecho que no deberíamos negarle ni arrebatarle a madres, padres e
hijos.
La especie
humana es una especie llamada de "contacto continuo" porque las crías
no pueden valerse por si mismas, como sí lo hacen los animales, y requieren
durante los primeros meses de vida del contacto estrecho con sus progenitoras
para poder sobrevivir y desarrollarse.
Por eso,
todo lo que hagamos por favorecer el contacto íntimo madre-hijo en el momento
de nacer así como el inicio temprano de la lactancia materna, ayudará
a estrechar el apego, a favorecer la estimulación sensorial y el aprendizaje
por contacto continuo, que como lo han enfatizado algunos autores, es el que se
logra en los periodos de contemplación y audición atenta.
¿Y qué
mejor momento de contemplación puede haber, que ése durante el cual
el niño o la niña mientras se amamantan del seno materno, intercambian
miradas, caricias, sonrisas y en general se da una completa estimulación
sensorial, de modo que se puede hablar de un verdadero diálogo de los sentidos?
Recordemos que es a través de la emoción como se accede a la vida
psíquica y que la función más importante de las emociones
en la primera infancia, aunque por lo demás en cualquier etapa de la vida,
es la de lograr la comunicación con el otro. Iinicialmente por medio de
reacciones orgánicas íntimas en una relación simbiótica
con la madre y posteriormente y en forma progresiva con el padre y otros miembros
de la familia, en la medida en que estos dan respuestas positivas a las manifestaciones
infantiles. Así es como los niños y niñas van estableciendo
sus figuras subsidiarias de apego.
Algunos
importantes psicólogos que dedicaron sus vidas al estudio del comportamiento
humano como J.M. Baldwin, Henri Wallon y L.S. Vigotski defendieron la tesis de
la complementaridad entre lo biológico y lo social desde el nacimiento.
Para ellos la socialización es una condición imprescindible para
la vida de los bebés y por tanto, el diálogo y la interacción
que los pequeños establezcan con las demás personas de su entorno
desempeñan un papel esencial en su desarrollo.
En conclusión,
pienso que las pautas de crianza deben ser dadas partiendo del reconocimiento
amoroso de las diversas necesidades que experimentan niñas y niños,
guiadas por el respeto y aceptación de las diferencias de unos y otros
y encaminadas a hacerles comprender que están comunicados con el mundo
que los rodea, que hacen parte de el y que son importantes y valiosos para la
sociedad.
De esta
manera estaremos educando en la civilidad y en la paz que Colombia necesita para
ser viable.
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